A principios de la década de 1990, cuando el Acid Jazz comenzó un periodo de extraordinario éxito comercial en el que grupos como Brand New Heavies y Jamiroquai vendieron millones de discos, y grupos estadounidenses como A Tribe Called Quest, The Roots y Digable Planets se dejaron influir activamente por lo que se pinchaba en Londres, toda la escena estaba siendo alimentada por un pequeño número de clubes, encabezados por las tardes de domingo de Gilles Peterson en Dingwalls, pero con noches en Leeds, Bari, Múnich, Tokio, Estocolmo y Nueva York. En esos clubes, el jazz funky, el boogaloo latino y las bandas sonoras de soul de los 70 competían por el tiempo en la pista de baile con discos importados de Nueva York y los últimos sonidos que salían de dormitorios y estudios improvisados en sótanos que creaban sonidos contemporáneos a partir del pasado.